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sábado, 30 de octubre de 2010

Momento erótico

Él recorre su espalda con la yema de sus dedos casi sin tocarla, va descendiendo hasta el cóccix, para luego entrar en esa línea que divide los muslos, ella se contornea de placer y le pide que no se detenga; pero cuando él llega al lugar húmedo, donde se esconden los secretos del universo, retira la mano y se aleja. Ella lo busca con la cabeza sin ver por la venda que tiene en sus ojos.

Él se acerca al oído de ella y le susurra algo, apenas le muerde el lóbulo y con la punta de su lengua roza su cuello, ella aprieta los labios y traga saliva, ahora la da vuelta y la deja boca arriba sobre la cama, le lame casi imperceptiblemente sus labios y con la palma de sus manos acaricia sus rígidos pezones, este placer-dolor le gusta mucho a la muchacha, él comienza a bajar besando en algunas partes el cuerpo de ella, hasta llegar a la cueva de los Dioses, suave y sin vello.

Apoya su lengua caliente en los labios y los abre de apoco, siente ese jugo entre salado y metálico que sale de ella, mientras esta se vuelve a contornear, gime y le envuelve la cabeza a él con sus piernas y lo empuja hacia su sexo, la penetra con la lengua y juega con su clítoris, ella alcanza el clímax y le pide que la penetre, que no espere más.

Ahora apoya su miembro en esa humedad y juega nuevamente, hasta que de un golpe seco y directo la penetra, ella explota de placer y grita muda; luego de algún tiempo, él la vuelve a voltear y mete su falo desde atrás, le excita sentir las nalgas de ella golpeando su pelvis, apura el ritmo, ella le pide que pare que no se apure, él sabe cuando parar y lo hace cuando ella esta llegando nuevamente a un orgasmo, se detiene, ella lo odia en ese momento pero a su vez disfruta mucho de todo esto.

Nuevamente boca arriba, vuelven a iniciar el juego tumultuoso de penetraciones y transpiración, gemidos y violencia sexual, ahora él esta a punto de llegar, le pregunta si la ama él le dice que sí y le promete cosas, los orgasmos de ella son cada vez mas intensos y con mayores espasmos, pero este último es el máximo y el saca su miembro y acaba en el Monte de Venus.

Ella se quita la venda y él le desata las manos, se limpian con una servilleta de papel y se acuestan a mirar el techo, ella le vuelve a preguntar si la ama, él le vuelve a decir que sí.

Gaston Pigliapochi

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lunes, 25 de octubre de 2010

La noche Serena (cuento)

Se detuvo el auto en medio de la ruta, intente darle arranque pero nada, el burro patinaba, en la última prueba se quedó sin batería. Abrí la puerta y me asomé a la autovía sin luz alguna, solo negrura infinita, esa misma negrura que en mis pesadillas me perseguía y nunca lograba alcanzarme (tal vez sí y por eso me despertaba), intenté realizar un llamado telefónico con el celular “el sistema se encuentra congestionado, inténtelo mas tarde”, imposible comunicarse (cuanta tecnología para alejarnos).
Pasaban las horas y por el camino no circulaba ni un solo automóvil, supuse que era una ruta muy poco transitada, no tenía ni la menor idea de que ruta era, ni donde estaba yo parado, mientras tanto Víctor dormía en el auto, en el asiento del acompañante tapado con su campera con corderito, es increíble como dormía este pibe, podían bailarle un malambo encima que no se enteraba, lo sacudí pero no hubo caso. El frío me estaba congelando las manos y la nariz, me volví a meter en el auto, el tiempo no pasaba, mire de reojo a Víctor y recordé la primera vez que nos vimos.
Yo salía una tarde del Bachiller, aislado de mis compañeros (como siempre) y por la vereda de enfrente caminaba Víctor venía con la cabeza gacha pateando algo, no recuerdo bien qué (mi memoria no siempre me juega buenas pasadas) creo que era una cajita de jugo, yo justo cruzaba para tomar el colectivo y nos encontramos en la parada, me hizo un caño con el objeto y me miró desafiante, hice una mueca estúpida entre sonrisa y rabia, le cayó simpático aparentemente y se presentó; subimos al colectivo y nos pusimos a charlar, él estaba un año mas arriba que yo en el estudio pero compartíamos profesores y nos divertimos mucho hablando de “Peluquín” la profesora de literatura.
La noche se cerraba cada vez mas, subía la humedad y bajaba la temperatura, se me ocurrió mover el auto sobre el pasto lejos de la ruta, así fue como volví a descender del auto y lo empuje Víctor ni se enteraba de lo que pasaba, me dolían las manos sobre todo los nudillos, una vez puesto el automóvil en un lugar más seguro me senté nuevamente al volante y me dispuse a intentar dormir, cuando al cabo de un tiempo se me comenzaron a cerrar los ojos, mi acompañante me despertó y me preguntó que había pasado le explique de mala gana debido a que quería dormir y que todo fuese un sueño, me dijo que no nos podíamos quedar ahí, que seguramente nos estaban buscando y que de un momento a otro darían con nosotros y trate de hacerle entender que no había forma de arrancar el coche y no había donde ir, que no sabía ni donde estábamos, que lo mejor que podíamos hacer era esperar a la mañana, me miró y me dijo que era una locura y que no pensaba volver al infierno, me manoteo el mate y el termo y se cebo uno mientras me miraba nervioso.
Mientras lo miraba volví a recorrer los tiempos en que nos conocimos, cómo habíamos llegado hasta acá; fue siempre mi único amigo, compartíamos todo, íbamos a los bailes juntos y nos emborrachábamos al terminar la noche solos como siempre, crecimos jugando en el barrio con los pibes a la pelota, si bien era un lugar complicado por las noches nosotros no temíamos a nada, y así nos hicimos más de una vez habitué de la comisaría. Víctor consiguió trabajo en un depósito de productos farmacéuticos, yo, me puse un kiosco; a los dos nos iba bien, conocí a María una tarde que vino a comprar chocolates, me quedó debiendo unas chirolas (realmente no importaba lo que me debiera, todo había sido pagado con su simple presencia), vino al día siguiente a pagar lo que faltaba, vivía cerca del local y empezó a pasar mas seguido, hasta que comenzó a quedarse tomando mate y me hacía compañía. El encuentro de Víctor con Maria no fue muy fortuito; estábamos cerrando el kiosco una noche con María y nos disponíamos a ir al cine, llego Víctor con la idea de ir al billar, en realidad yo había olvidado que era jueves y estos días eran de billar y picada, no le cayo bien que le dijera que no podía que iba al cine y tampoco le cayo bien a María que invitara a Víctor al cine, es decir ambos estaban disconforme y se notaba en el aire.
Mientras chupaba de la bombilla miré por el retrovisor y vislumbre en la noche un bulto que se aproximaba, rápidamente abrí la puerta y corrí hasta el asfalto frió y vaporoso, era un hombre en un carro tirado por caballos, me cruce delante, el insulto que me aquel me largo por aparecerme desde la nada fue muy claro, le conté lo que había ocurrido y le dije que estaba con un amigo en el auto, el paisano miró hacia la silueta del auto con la puerta abierta y la linterna sobre el asiento iluminando el interior volvió la vista hacia mi, note un dejo de perplejidad en su mirada, me dijo “no es buen lugar para quedarse” le pregunte donde estaba el pueblo mas cercano, el hombre me dijo que estaba a unos cincuenta kilómetros, le pedí si me llevaba y dijo que no podía que no se que, le insinué que la ruta me parecía muy poco transitada, el viejo me miró y me dijo que hacia 3 años que nadie la usaba, que no entendía como llegue yo ahí, le tome la muñeca y le dije que me ayude, el hombre sacudió las riendas y salio al galope limpio y se perdió su figura en la nada absoluta. Miré el auto, la linterna se estaba quedando sin pilas y Víctor no estaba, con razón el viejo me miraba raro me dije a mi mismo, debió pensar que estaba loco; fui hasta la parte trasera del vehículo y busque a Víctor, no aparecía por ningún lado, al cabo de un tiempo alguien me tomó del hombro derecho me asuste y al darme vuelta era Víctor que me explicó que fue a orinar por ahí, nos metimos en el auto y comenzamos a planear que haríamos.
Comenzamos a salir con María cada vez mas seguido y luego de unos años nos fuimos a vivir juntos y al poco tiempo nos casamos, Víctor fue testigo junto a una amiga de María. Esta se quedaba en la casa y pintaba, mientras yo seguía trabajando en el kiosco; una tarde de otoño vino Víctor con una idea muy loca para mí, no era la primera vez que traía algo así entre manos, me trajo los planos de la habitación donde estaba la caja fuerte de la empresa, es decir del deposito de productos farmacéuticos y su idea era robar lo que había en su interior, no era mucha plata, pero lo suficiente para no trabajar por algún tiempo, todavía no se cómo, pero me convenció y ese fue el primer trabajo de una larga serie.
Entramos reducimos al personal cortamos la alarma de proximidad, Víctor tenía toda la información necesaria y algún que otro cómplice que arreglaría con migajas, reventamos la caja y robamos unos ciento cincuenta mil pesos, nunca pudieron agarrarnos. Yo seguí trabajando en el local para no levantar sospechas y Víctor renunció al depósito y fue a trabajar a una empresa de seguridad. María algo sospechaba de las reuniones con Víctor, nunca lo soportó, pero no decía nada más que ese flaco no me gusta.
Se enfrió el agua del mate y Víctor me sugirió sacar la garrafa que estaba en el baúl la que usábamos cuando íbamos a pescar, la saque y la puse al lado de la puerta la prendí y calenté el agua, también me dijo que traiga la otra linterna, mirábamos el mapa y no podíamos deducir donde estábamos, guardé el arma en la guantera Víctor me dijo que el no se desprendería de ella por nada y que la usaría si era necesario, el salía vivo sin que lo agarren o no salía. La noche no pasaba más, el alba no llegaba, y a lo lejos se oían perros aullando y grillos, empecé a tener cierta paranoia y a pensar que ya estarían cerca, pensé en la estupidez que fue hacer eso, nadie se mete con algo tan pesado, todo el mundo sabe que hay cosas que no se deben robar, coloqué nuevamente mi arma en la cartuchera bajo la axila y llené el termo con agua bien caliente, nada como un buen mate amargo para mantenerse caliente y despierto le dije a Víctor, que asintió con la cabeza y tomó el mate de chapa con las dos manos.
Cómo fue que habíamos llegado hasta ahí, cómo fue que acepte cometer esa estupidez, es cierto que era mucho dinero, teníamos un contacto, mejor dicho Víctor tenia un contacto en una de las mesas un crupier que por un diez por ciento de lo que robáramos se conformaba, robar el casino no era un gran idea y lo sabía, pero me convenció con la idea de la facilidad, de entrar y salir, era evidente que no lo podíamos hacer solos, necesitábamos algunas personas mas, así fue como conseguimos un par de socios más conocidos de Víctor, nos dispusimos a llevar a cabo el plan. Entramos y reducimos al de seguridad de la entrada, mientras dos mas iban a reducir a los de adentro, el crupier nos marco donde estaba la sala de vigilancia y donde estaba el dinero, no disparamos un solo tiro, todo fue reducción y uno que otro golpe, salimos rapidisimo del lugar ya estaba los autos en la puerta, Victor y yo subimos al mio y salimos del lugar con el dinero, perdimos de vista a los otros autos, salimos a la autopista a toda velocidad y salimos a la ruta; en qué momento doblamos mal, en qué momento perdimos la orientación y terminamos en esta oscuridad.
Unas luces azules y blancas comenzaron a acercarse desde la cerrada noche, solté el termo y tome el arma, lo mire a mi compañero y le dije “se acabo el juego”, el dinero estaba guardado bajo el asiento trasero del auto, las luces ya nos envolvían completamente y varios vehículos se detuvieron a nuestras espaldas y a nuestro costado, una voz de mando ordenó que descendiéramos del coche, la transpiración fría me comenzaba a caer de la frente, se me vino a la cabeza María y las tardes en las que tomábamos mate en el kiosco, volví la cabeza hacia Víctor pero no estaba, mire el retrovisor y vi las luce que giraban y vi mis ojos que de pronto fueron los de Víctor, afuera se escuchaban gritos y movimientos veloces de personas, botas jadeos, el primer disparo pego en la frente de la imagen de Víctor en el espejo y rompió el vidrio, me agache y cargue la recamara de la Glok, todo estaba perdido, ya no había vuelta atrás, baje del auto por la puerta del acompañante y les grite que no me entregaría y comencé a disparar, mi amigo no aparecía por ningún lado, lo supuse herido en algún lado del campo, “suelte el arma y haga las cosas mas fáciles” escuche, me metí debajo del coche y tire, le di a un par de oficiales hasta que una bala me pego en la pierna y ya sin municiones y solo, no me quedo otra que entregarme, pedí que no dispararan mas y salí, tres policías me rodearon, uno me puso boca abajo en el piso y coloco su rodilla en mi cuello mientras me colocaban las esposas, les pregunte donde estaba Víctor, me miraron extrañados y dijeron que no había nadie mas.
Fui llevado a juicio unos meses después de permanecer en prisión, Maria me visitaba de vez en cuando, se me consideró esquizofrénico y así fue como termine en este hospital psiquiátrico, se me dice que Víctor nunca existió, y Maria dejó de verme hace por lo menos ya dos años, lo ultimo que me dijo fue que no tenia cura y que yo nunca acepte mi enfermedad, por las noches extraño a Víctor, tomar mate con él charlar de la época escolar, y me duermo solo y con frió, pero estoy cómodo no me quejo.


Gaston Pigliapochi
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jueves, 21 de octubre de 2010

La Venganza (cuento)

Aranguren, toma asiento en el escritorio y comienza a enredar ideas en su telaraña de tinta y papel.

Era un día soleado de primavera, era un día de rutina en la vida de… -tacha y vuelve a escribir -, El día era uno más de entre tantos en la tierra, pero para…, nuevamente se detiene, algo le falta, algo no puede escribir, busca en su cabeza, no encuentra personajes para la historia que intenta desarrollar. Vuelve a empezar, una vez, otra más y otra, cambia de rumbo. La muchacha pelirroja, busca en su bolso algo para escribir, anota un número telefónico y se lo entrega a su compañero de viaje, Tome mi nombre es…; una vez mas la ausencia de nombre no le permite seguir tomando nota, se angustia, enciende un cigarrillo y se sirve coñac, camina por el cuarto dándose pequeños golpes en la cabeza, pero es en vano, no se le ocurre nombre alguno ni descripción válida para participantes de la historia.

Se sienta en el piso apoyando su espalda en la pared que es sostenida por un cuadro de Dalí, acerca sus rodillas al pecho y hunde su cara entre ambas, se frota la nuca y revuelve su pelo; siente pasos ajenos, al levantar la cabeza ve frente a él a “Isabel” (la pelirroja) y al “Poeta”, quien le susurra algo al oído de ella. Aranguren se frota los ojos con los nudillos y se dice por lo bajo, No es posible, estoy soñando, debo despertar, entra en la habitación “El Ciego” y el resto de sus personajes. El Poeta se le acerca y le dice, Hasta aquí llegamos, no seguiremos siendo tus marionetas.

Alberto se levanta del suelo de un salto y aleja al Poeta con una mano, Ustedes no existen, más que en mi imaginación, no tienen voluntad, sacudió la cabeza de forma brusca, ¿Por qué del temor, entonces?, sostuvo El Poeta, con una sonrisa irónica de la que hacía cómplice al resto, quienes mientras tanto revisaban cuanto encontraban en el cuarto. El Poeta se sienta ante la máquina de escribir y comienza a teclear.

El día esta claro, no hay nube alguna, las mariposas revoloteaban por sobre los pensamientos que alfombran el parque; en la inmensidad de sus soledad el hombre saca punta a su lápiz y se dispone a escribir, es el escritor Aranguren, un ser mezquino y egoísta. Una mariposa de alas amarillas se le posa sobre el lápiz y cae muerta.

Aranguren no entiende lo que pasa, de pronto se encuentra distraído en el parque y siente un gran enojo hacia la vida, no sabe que escribir, la muerte del insecto lo reconforta, sabiéndose así su destino, su liberación. Se levanta y corre al kiosco a comprar cigarrillos.

Isabel le susurra al Poeta, Una mujer, un amor que lo haga sufrir como nosotros sufrimos a menudo en sus historias.

La quiosquera le da un atado de Gitanes importados y le guiña el ojo, el escritor toma el paquete, ella roza con sus dedos la palma de Alberto, este se sonroja y no tiene palabras. La mujer le dice que ya termina su turno y lo invita a beber algo, él no se rehúsa y la espera en el banco frente al local.

Nada como una historia de amor dice El Poeta, el resto asientan con la cabeza, pero el amor es tormenta.

Van al bar que se encuentra frente a la estación, se cuentan sus vidas, se olvida de la mariposa muerta y se enamora de la vida que odia, la contradicción lo abarca por completo, lo arrima a un precipicio de incalculable altura, se despiden con un compromiso a otro encuentro.

El Jorobado se arrima al Poeta y le dice, No es justo que sea tan bello, a nosotros siempre trato de tirarnos a menos, Es cierto, dice El Poeta.

Se levanta como cada mañana, se pone sus guantes para esconder sus deformes dedos, producto del reuma, afuera hace treinta y ocho grados, pero prefiere transpirar a mostrar sus manos, ya le es casi imposible escribir y tiene algunas ideas para un cuento; se acuerda de la cita y sale apurado al encuentro de la joven.

El bar estaba vacío, si a algo le temía Alberto era a esa soledad de mesas y sillas, al entrar la muchacha el escritor miro su reloj y levantó los ojos inquisidores quemando en su hoguera a la pobre niña que denotaba cierta angustia, Cronos siempre gran enemigo del amor. Piden una ronda de cervezas frías, no aguanta y le pregunta si no tiene calor con los guantes.

- ¿Usted que cree? – y le muestra las manos

Ella siente nauseas, lo aborrece. Él lo sabe y la odia por eso, como odia al resto de los mortales.

El Jorobado y El Rengo se ríen, disfrutan de la situación, Isabel siente un poco de pena, El Poeta le dice,No es tiempo para arrepentirse, No no me arrepiento, pero….

Luego de varias rondas de bebidas, con cada vez mas alcohol, y de charlas que no vienen al caso, pero que mas enamoraban a Aranguren, se despidieron con un gesto, simplemente un gesto, sabía que no la volvería a ver y que tampoco se olvidaría de ella.

Vuelve por el parque, el sol, los pensamientos, el lápiz, la mariposa, la necesidad de cigarrillos, el kiosco… El escritor duda, mira por sobre sus hombros y a su alrededor, de pronto recuerda que él no sufría de reuma y que él no es un misógino,Ya entendí que pasa, Si ellos salieron, esta es su venganza, pero puedo cambiarles el juego, se quita los guantes y corre por la avenida.

El Poeta mira a Isabel y le dice, Se dio cuenta, Hay que usar métodos más drásticos.

Mientras corre siente un impedimento en la pierna izquierda, ya no puede correr, más bien cojea a prisa, transpira y grita, Esto es un engaño, yo soy el autor.

El Jorobado le va leyendo al ciego lo que sucede, se vuelven a divertir esta vez a carcajadas.

La calle queda vacía y el escritor sigue arrastrando su extremidad, Isabel entra al juego, va al cruce de Alberto en la esquina del parque, la ve, la toma bruscamente del brazo y la increpa, Por qué me hacen esto, yo les di vida, Y tormentos, agrega la pelirroja exuberante.

-Mejor que deje de gritar, sufrirá peor todavía.

-¿Se puede sufrir más? – le dice consternado.

-Siempre se puede sufrir más…siempre. Deje que las cosas sucedan, no haga esto más difícil.

La mujer lo deja sólo y desaparece a través de las sombras. Aranguren no acepta lo que está viviendo, cómo llego al parque nuevamente, este es el centro de todo o de nada, no lo sabe, no lo entiende y vuelve a su histeria. Nuevamente los pastos se pueblan de gente, personas con rostros desconocidos y algunos casos con la cara de la quiosquera, siente enloquecer, para a estos extraños y les dice que él no pertenece a ese lugar, que él es que debe ser creado y no creado.

Habría que quitarle la voz, dice con señas El Mudo.

De pronto Alberto no pudo gritar más, hizo un movimiento con la cabeza como diciendo “es increíble”, recordó el lápiz, lo empleo (con mucho dolor en las manos), escribiendo en los bancos blancos “Soy El Autor, Soy El Creador De Este Mundo, Esta Es Mi Mente”.

Apaguémosle la luz, dice El Ciego y así fue como el escritor no pudo ver más nada y un bastón lleva en su mano izquierda.

Desconsolado, sucio y cansado, se sienta en el suelo verde, se toma la cara y llora, los transeúntes pasan y le arrojan monedas y exclaman “pobre hombre”, piensa, No entienden nada, nadie entiende nada.

Le viene a la cabeza Isabel, la calle y la esquina, Si tuvieron que hacer aparecer al parque es porque aquí está la entrada y salida de esto. Se levanta de golpe y despliega el bastón, camina dando golpes al suelo, bordea el perímetro del parque, buscando el cantero que tiene grabado en la memoria de la esquina, llega, siente alivio, repasa para que lado camino Isabel, casi por casualidad encuentra el rumbo, se pierde en las sombras, ahora… es libre, no recuerdo el nombre del personaje, no entiendo que pasa, alguien me toca el hombro y una voz conocida, una voz que yo forjé en mi mente me dice, Tenemos que hablar seriamente, hasta aquí es mi texto todo lo que venga después no lo crean, que no lo engañen, yo soy el autor de la obra…

FIN
Gastón Pigliapochi
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martes, 19 de octubre de 2010

Asesinado (cuento)

Se acercó sigiloso al baño, eran las 23 hs de una noche muy fría, esas mismas en las que el vapor que sale de la boca parece el humo posterior de la bocanada de fuego de un dragón. Antes de ingresar encendió un particulares 30, sus cigarrillos predilectos, el olor a pasto quemado ahuyentaba hasta a los mosquitos, arrojo la colilla a la tierra cubierta de canto rodado que rodeaba el sector de baños y con el taco de su borceguí izquierdo la piso como si fuese un gran insecto, una vez dentro examinó con mucha precisión el lugar, fue hasta la tercera puerta de los inodoros, contando desde la puerta de entrada, sabia que era el que siempre usaba como si fuese cabala, se detuvo de frente a la puerta, desde el otro lado una voz ronca le pregunto si necesitaba algo, no dio respuesta alguna.
-Discúlpeme, ¿se le perdió algo? – volvió a insistir la voz.
Metió la mano en el bolsillo derecho de su campera y empuñó su puñal corto, abrió la puerta que no poseía prestillo alguno y con la mano izquierda enmudeció e inmovilizo al hombre sentado en el inodoro mientras que con la otra le clavaba en la arteria principal del cuello el cuchillo hasta lo más profundo, para luego revolverlo un poco, el infeliz sujeto expulso gases y orín, luego lentamente fue cerrando los ojos que conservaban una expresión de total asombro y consternación con las dos pupilas totalmente dilatadas, a medida que su cuerpo se aflojaba y quedaba totalmente desparramado en el asiento negro. Retiró el cuchillo lo lavó y guardó. Salió del sitio, su tercer trabajo de ese mes estaba terminado, empacó sus cosas y se fue del lugar, detuvo un taxi y fue hacia la terminal, el crepúsculo iluminaba su cara de satisfacción por la tarea cumplida, sacó su boleto de vuelta a la capital, hizó un llamado confirmando el resultado positivo de la operación, le dieron las coordenadas del punto de reunión, no era otro que el bar del Polaquito.
Tomó asiento en el micro, a su lado se sentó una mujer de unos 28 años colorada como esos cielos del atardecer luego de un día de tormenta, el viaje seria largo, el coche llego a la ruta, se dispuso a leer la novela que tenia avanzada hasta por la mitad.
-Veo que le gustan las novelas policiales – Como forma de iniciar una conversación, aseveró la mujer.
-Me gusta lo hipócrita de estos textos y lo miserable que son sus personajes, por cierto, me llamo Augusto.
-Isabel, mucho gusto
Por la ventanilla solo se veía oscuridad y siluetas de árboles que formaban figuras inexplicables.
-¿Querés una caramelo?-Tuteo Isabel a el hombre, eso le daba a entender a este que le agradaba a la mujer.
-Depende del caramelo
-Media hora
-Dale, aunque no es cierto que duren ese tiempo.
No era posible que ese sujeto había terminado no hacía más de un par de horas algo tan horroroso.
Isabel le pregunto si volvía de vacaciones o de descanso ocasional, a lo que respondió que volvía de un viaje de negocios.
-¿Empresario? – Ella estaba interesada en saber de él – Mejor dicho ¿a que te dedicas?
-Adelanto cosas que de todos modos ocurrirán y a cambio de eso recibo un pago ¿no te parece tonto pagarle a alguien por algo que va a pasar y gratis? – Miró a la dama con gesto reflexivo.
-No lo sé a veces uno desea que las cosas pasen lo antes posible para ver como reacciona todo lo demás sujeto a eso.
El no había mentido y ella no preguntó más nada acerca de su trabajo, sabiendo que no recibiría otra cosa que lo que oyó.
-y... ¿vos? –siguiendo el hilo de conversación Augusto preguntó cerrando ya el libro, como señal de gran interés.
-¿yo? ¿A que me dedico?, soy profesora de inglés y estoy volviendo de mis vacaciones.
Siguió la charla hasta que el micro se detuvo en un parador para que los pasajeros pudiesen comer algo. Augusto bajó y encendió un cigarrillo, lejos del resto de la gente, era un hombre solitario, su trabajo lo llevaba a ser así, siempre de pocas palabras y misterioso; la dama se le acercó y le pidió fuego, cuando estaban en la mitad de sus tabacos les avisaron que debían entrar para cenar, apagaron la brasa incandescente y guardaron el lo que quedaba, ambos hicieron los mismo y se miraron con un gesto reconociendo una gran adicción.
Una vez dentro del lugar, les sugirieron que se sentasen donde quisiesen, el lugar era un gran salón con grandes mesas redondas como para seis personas, luz blanca (quizás demasiado). Augusto miraba el sitio y como le pasaba en cada lugar que iba no podía dejar de pensar en como sería hacer su trabajo allí y de esa forma buscaba un candidato y se proponía el juego macabro en su cabeza, mientras en esos pocos segundos el reflexionaba acerca del plan perfecto Isabel lo tomó del hombro.
-¿Te parece que nos sentemos allí?- señalo una mesa con un par de ancianas.
De pronto se habían convertido en dos viejos amigos compartiendo un viaje, esto no le simpatizó demasiado a Augusto, pero tampoco le molestaba.
-Mejor otra mesa – Augusto le dijo sin mirarla a la cara a Isabel y movió la cabeza recorriendo el lugar buscando.
-Lo que tienen de buenas personas las viejitas lo tienen de curiosas y comenzarán a preguntar ¿son novios? ¿marido y mujer? ¿están de vacaciones? Para luego llegar al: usted esta muy flaco o muy gordo, no debería fumar tanto, y demás interrogatorios odiosos. – Siguió justificando la negativa.
Lo que el no dijo en ese instante fue que una de esas mujeres era la que había seleccionado para su juego, ese era el verdadero motivo de su decisión, ya que no podría sentarse y mirar a la vieja a la cara sin pensar en como matarla sin que nadie se enterase.
Señaló una mesa con un hombre solo.
-Esa mesa es la ideal, hombre solo, sin familia ni nada. Solo hablará si le hablamos y no hará cuestionarios estúpidos, para que tampoco se los hagamos nosotros a él.
La mesa estaba a la derecha de donde estaban parados ellos.
-Realmente es una buena observación, no deja de ser amarga, pero acepto el cambio.
Una vez sentados, se les acercó la moza y les comentó cual era el menú, ambos eligieron lo mismo, milanesa con papas fritas y una coca cola, más coincidencias, pensaba él y más se interesaba en aquella mujer.
El hombre de la mesa como supuso Augusto no habló, hasta que Isabel le preguntó de donde venía y hacia donde iba (no lo podía evitar, era mujer) y la conversación giro entorno a esto, lo hermoso de los lugares y demás banalidades, ningún tema personal.
El tiempo de comida fue corto, tan solo una hora, la gente se fue amontonando en la puerta del parador, Augusto no se levantó hasta que esa multitud se fue reduciendo. Una vez dentro del micro se dispuso a dormir un poco, Isabel entendió esto y no quiso molestarlo, aun faltaban unas cuantas horas para llegar a la ciudad.
Fue una de las pocas veces en su vida que no tuvo pesadillas, simplemente soñó con su casa, con tomarse unos mates con una acompañante y charlar de las vulgaridades de siempre, una vida normal, la mujer, nunca supo si sería la pelirroja, su cara estaba difusa y su cabello diferente. Despertó una vez entrando a la metrópolis, exaltado, mirando extrañamente todo, no hay nada más horrendo que cuando uno esta seguro que se encuentra en el lugar de sus sueños y al abrir los ojos no entendemos como no es así, le dijo esto a la muchacha con un gran dejo de desilusión. Ella le dijo que siempre estamos donde no queremos o mejor dicho queremos estar donde no estamos.
En la terminal una vez que bajaron los bolsos, se despidieron, no sin antes cruzar teléfonos y direcciones.
Augusto llegó a su casa pasado el mediodía, ordenó un poco su ropa y escuchó mensajes en el contestador, todos eran la empresa telefónica haciendo promociones, comió algunas frutas y se recostó en su cama para continuar leyendo la novela, el cansancio del viaje hizo que se quedase dormido sin darse cuenta y sin que lo quisiese.
Lo despertó el ring del timbre, abrió la puerta y se encontró con el mensajero de Tío Alberto, su jefe (el sobrenombre se debía a que era el tema que más le gustaba de Joan Manuel Serrat y se la pasaba escuchándolo).
-¿Qué querés vos acá? – preguntó mientras se restregaba los ojos rojos.
-Me manda el Tío a buscarte porque se te hizo tarde, parece. Andá cambiate y salgamos ya, que estan por llegar todos al bar.
-¿Qué hora es? – Se dió vuelta a ver la hora en el reloj negro de madera colgado en la pared. -¡La puta che! salgamos rajando, no sabía que era tan tarde- Tomó su abrigo y salieron.
Por suerte tampoco vivía tan lejos del bar, es más ninguno vivía lejos del bar, como si ese punto hubiese sido inventado para eso o todos los contratados estaban cerca del lugar.
El bar era un lugar de mala muerte, un tugurio oscuro, donde al entrar lo primero que se veía era la barra y detrás El Polaquito, hacia la izquierda se encontraba una escalera que descendía hasta un garito donde se llegaba a apostar muy fuerte y donde cada dos por tres alguien salía herido (por sus adversarios, por el dueño del lugar o por la policía misma), también se encontraban alguna que otra dama prostituta.
Del otro lado unas cuantas mesas, más adelante el lugar se achicaba formando una suerte de pasillo ancho y en el fondo estaban las mesas del Tío.
El Polaquito: era un hombre maduro de unos 50 años alto rubio y de ojos muy claros, una cicatriz le recorría la mejilla izquierda y parte de su ojo, se la había hecho un mulo retobado que quiso quedarse con mercancía; el polaco manejaba la distribución de drogas de la zona y todo el mundo sabía que con él no se jugaba, este infeliz dealer no lo entendió y terminó como comida de sus propios perros.
La especial atención que recibía el Tío no era casual, a cambio de este lugar para reuniones y de la comida y los tragos gratis, le brindaba al Polaquito protección y de vez en cuando alguna que otra limpieza gratis.
Esa noche mientras el Tío pedía lo de siempre, cada uno de los profesionales contaba su trabajo: si había costado mucho o si fue una tarea sencilla y lo más importante de todo si tenían sospechas de algún testigo.
Llegó el turno de Augusto, recibió su paga, unos quince mil pesos, y comentó el asunto. Cuando estaba terminando su relato el jefe le preguntó.
-Y vos, ¿estas seguro que nadie te vió y que no hablaste con nadie?
-Si, como puede dudar de mi profesionalismo.- Con tono un poco irritado, mientras le daba un sorbo a su vaso de vino blanco.
-Vos sabes como es este trabajo, no se puede andar hablando por ahí, porque hasta las paredes escuchan.
Augusto lo miro con cierta desconfianza a sus palabras, con cierta intriga a que venía esa aclaración, pasaron la noche entre picadas y vinos, hasta el momento de la entrega de nuevos trabajos. Se entregaron todos menos el de Augusto, el Tío le dijo que le daba una semana para descansar, seguía sin entender nada.
Esa madrugada llegó a su casa y cuando estaba por borrar los mensajes del contestador vio que tenía uno nuevo, era Isabel, que le proponía ir al cine al día siguiente, que la llamara por la mañana par confirmar horario, lugar y película. Con una sonrisa entre dientes se acostó y durmió.
La mañana siguiente era gris, con nubes cromáticas de diferentes densidades, una llovizna hacia mas melancólico el día, pensó que no se concretaría la cita, pero igual llamo a Isabel. Eran las diez de la mañana, ella atendió, parecía medio dormida, charlaron un par de vulgaridades típicas de charlas telefónicas y coordinaron la hora, la sala de cine y la película, esta última seria una reposición re acondicionada de “León, el perfecto asesino” a ella le encantaba esa película y el no tuvo problemas, cualquier película hubiese sido lo mismo, solo quería salir con Isabel, sin darse cuenta se estaba enamorando.
En la sala, había alguien comiendo, una nueva modalidad clásica de las grandes cadenas, pero no era algo que a Augusto le gustara mucho, el olor a ravioles a los cuatro quesos no le simpatizaba, así fue como a los cinco minutos de publicidad, se arrimo al oído del gordo que estaba comiendo al lado de Isabel.
-Amigo mío porque no sale a comer y después ve la película o viceversa, es bastante asqueroso ver algo con ese olor dentro de la sala – Fue una amenaza amistosa podríamos decir.
-Mire, no soy su amigo, y yo pagué la entrada como usted y si aquí esta permitido comer no veo porque deba de dejar de hacerlo, tengo derecho. – mientras seguía llevándose el tenedor a la boca.
-No hagamos esto más grave. Tiene derecho, es cierto, pero ellos terminan donde empiezan los míos, y a mi me descompone que esté comiendo eso acá. – mientras decía esto se cambiaba de asiento con Isabel. – Se lo voy a hacer más sencillo y antes que empiece la película, si no quiere terminar con un enema de ravioles, le recomiendo que deje de comer- esto se lo dijo mientras le bajaba la mano que sostenía al tenedor desde la boca hacia el plato.
El hombre se levantó y salió, volvió sin el plato de ravioles y más tranquilo o mejor dicho asustado. Por suerte en la sala no había nadie más comiendo, no habia mucha mas gente.
Augusto empezó a pensar en por qué ver esa película y no otra, ya faltaba poco para que termine. La pelirroja lo tomaba de la mano y lloraba por lo bajo, escondiendo los ojos, él se sentía muy feliz de estar allí.
Al salir del cine fueron a cenar, la charla se tornaba cada vez mas personal, entre tomadas de mano, abrazos llegaron los besos, y de esta forma se entrelazaban sus almas. La acompaño en taxi hasta su casa, ella se despidió desde el umbral de su casa moviendo su mano cerrada de manera circular en su oreja, mañana te llamo le quiso decir o tal vez llamame mañana o simplemente hablamos por teléfono.
Pasaron dos días en los que Augusto no tuvo noticia alguna de Isabel, en los días siguientes trato de comunicarse con ella pero una voz digitalizada diciendo que en no se encontraba que dejase un mensaje lo atendía siempre, dejo mensajes, pero no hubo respuesta.
El lunes, lo mando a llamar El Tío, tenia que verlo para darle su nuevo trabajo, se runieron en el bar.
-Tomá, acá esta la información de tu objetivo a cumplir – le dijo mientras le pasaba una carpeta de cartón rojo ladrillo.
La abrió, era un sujeto común y corriente, se sabía que Augusto, no aceptaba trabajos que incluyeran niños ni mujeres embarazadas.
-¿Cuando hay que llevar a cabo esto? – le pregunto entrecerrando un ojo por el humo del cigarrillo que acababa de encender.
-Lo antes posible, como mucho una semana, si necesitas pensar la estrategia a seguir, ahí tenés todos sus movimientos.
-Bueno, le avisare en cuanto este resuelto.
Se estrecharon las manos y Augusto salió del bar, El Tío se quedó charlando con el polaquito y mirándolo como se alejaba.
Augusto tenia la cabeza en otro lado no podía pensar con claridad en el trabajo, le preocupaba que algo malo le hubiese pasado a Isabel.
A media tarde del martes la colorada lo llamó.
-Disculpa, que no te llame antes, que desapareció, pero tuve que ir a ver a una tía lejana que vive en el interior, está muy enferma.
-No disculpá mi atosigación telefónica y mi desesperación, pero pensé en lo peor, siempre tan drástico yo.- con tono de burlo hacia si mismo y media risa le contesto.
-Querés que salgamos a tomar algo – le propuso Isabel.
-Si, dale, ¿te paso a buscar? – Le pregunto con ese tono de arrebato infantil
-Yo conozco un bar, medio tugurio, si querés nos encontramos allá.
Le pasó la dirección, para asombro de Augusto era el bar de El Polaquito, entonces le propuso otro, ella acepto sin dudar.
Tomaron unos cafés y luego unas copas, ella le preguntó si quería pasar la noche en algún lugar, él pensaba que eso no estaba pasando que lo imaginaba, y volvió a reiterar la pregunta pero de forma inversa, es decir pregunto la pregunta, ella se lo confirmo, en el interior de Augusto se dibujaba una sonrisa y una satisfacción que nunca había sentido. Así fue como se encaminaron a la avenida y tomaron un taxi hasta algún hotel para pernoctar.
Al día siguiente, luego de una sesión de sexo, promesas y desayuno en la cama, Augusto la miró a los ojos.
-Te amo, ¿sabias? – con su cabeza apoyada en el vientre de Isabel mirándola por entre sus pechos.
-Lo presentí, desde la primera vez que nos vimos, pero ¿no te parece muy apresurado el amor?
Él se reincorpó y quedó sentado al costado de ella.
-Ya veo, vos no sentís lo mismo, siempre me pasó igual, en realidad siempre es solo dos veces en la vida.
-No no, no es eso, es que asusta un poco el te amo así, a mi realmente me gusta estar con vos.
A las once de la mañana del miércoles salían del hotel, ella debía ir a trabajar, así que se despidieron en la puerta misma del lugar.
Augusto, cada vez más tenía en su cabeza a Isabel y cada segundo que pasaba la amaba mas, no podía concentrarse en el trabajo.
Ese mismo día, luego de almorzar, se puso a pensar en su vida en general, tantos años abocados a ese trabajo, para qué, si lo que ganaba no había podido compartirlo con nadie, así fue como tomo la decisión de retirarse, esta vez no iba a dejar pasar la oportunidad, “el tren solo pasa una vez, dicen” pensó, “y yo tengo la suerte que ésta es la segunda vez que pasa, no lo voy a perder”. Tomó valor y decidió ir a hablar con el jefe, lo llamó por teléfono y acordó verse en el lugar de siempre.
Augusto llegó primero, le pidió al polaco una ginebra doble y se dirigió a la mesa de reunión.
-¿Ya hiciste el trabajo? – le preguntó El Tío mientras corría la silla y se acomodaba el traje para sentarse.
-No señor, no lo hice y no creo que lo vaya a hacer, vengo decirle que me retiro – con voz firme aseguró
-No, no creo que realmente quieras retirarte, por qué no te vas a casa y lo pensás bien, si querés te doy una semana más.
-Ya lo pensé y quiero hacer una vida normal, quiero tener una mujer, un hijo, poder gastar la plata que vengo juntando.
-Ese es el tema, una mujer, ya me parecía, no seas pelotudo, no dejes todo, pensá lo que perdés
-¿Que pierdo? , juntarme con un par de matones a tomar y ver como cada uno mato a alguien – ya en un tono impaciente y molesto.
-Cuidado con lo que decís, no vaya a ser que te arrepientas – tomando la pistola de su cintura
-Yo te quiero como un hijo, ¿cuanto hace que trabajas para mi?, ¿Cuánto hace que nos conocemos, quince años, diez?
-Quince diría yo, disculpe, pero ya no puedo seguir.
-Esta bien, no hay problema, solo por se vos voy a aceptarlo, dame la carpeta que se lo voy a dar al nuevo. Es un trabajo de un nivel mas alto, pero creo que esta capacitado. – Se levanto de la silla y le extendió los brazos Augusto hizo lo mismo, se abrazaron
-Cuidate mucho pibe – Le dijo al oído
-Usted también
Salio del bar y se sintió muy aliviado, como si alguien le hubiese quitado la gravedad a la tierra y pudiese flotar, no podía creer lo que acaba de hacer, ya vería donde conseguiría trabajo, eso no era importante ahora, tenia plata para poder vivir sin trabajar.
A la noche la llamo a Isabel y le contó de su renuncia, esta se alegro por el entusiasmo de él, te invito a cenar le dijo, la muchacha acepto. En la cena le propuso si quería irse a vivir con el, que en la casa había lugar y que seria una experiencia interesante, le pidió un día para pensarlo, el le paso la dirección.
Isabel estaba en la puerta de su casa el viernes a la mañana, le dejo unas maletas y se fue a trabajar.
Él arreglo el cuarto y vació unos cajones, cocino algo, ella trabajaba media mañana nada más.
Después de unos quince días de vivir juntos, una noche Isabel, se le acerco y le dijo.
-¿Sabés?, estoy empezando a sentir ese amor que me dijiste una vez
-Ves que no estaba loco- le dijo contento
-Si, por un lado es cierto, por otro se hace más difícil todo
-¿Por qué? ¿Qué se hace difícil?
Isabel sacó de su falda una pistola Glock igual a la que Augusto tenía y le apuntó.
-¡¡¡Pará!!! ¡¡¡pará!!! – augusto levantó las manos como tapando el disparo que se avecinaba.
-¿Por qué?, yo me pregunto por qué no hiciste ese trabajo, por qué no me pateaste a tiempo, por qué no me evitaste esto. Yo, soy la nueva, yo, soy la que tiene que hacer esto y el trabajo que dejaste.
-¿De qué hablas?
-No te hagás el tonto, realmente ¿crees que soy profesora de inglés? Manejando como manejo un arma, traté de darte indicios de que sabía a que te dedicabas, hasta te marqué el bar pero no, vos seguías y te enamorabas y para este trabajo no podemos tener familia y lo sabías.
-No es necesario esto, dejame que me vaya y listo, total ¿quién se entera?, nadie.
-Tengo que hacer el llamado y van a corroborar que sea así, y la puta, como me cuesta esto. Porque carajo te enamoraste, yo era solo un señuelo para ver si flaqueabas, porque tenían dudas y no se equivocaron. – Apuntó y disparó
-La puta que lo parió - Augusto cayó redondo al suelo.
Ella no pudo matarlo así que lo hirió y lo dejó en el hospital más próximo.
-Voy a tratar de hacerte desaparecer - fue lo último que le dijo.
Un mes más tarde Augusto me llamó, nos habíamos conocido por casualidad en una plaza, y le había comentado que era escritor, me dijo que estaba en un hospital que no podía confiar en nadie y que quería verme para contarme una historia que pensó podía ser importante.
Llegué al hospital, fui a la habitación, deje el impermeable doblado sobre la silla y me acerque con una silla hasta la cama.
-Siéntese Alberto, déjeme que le cuente esto, solo escriba dándole forma, preguntas y respuestas vendrán después.
Dejé que me cuente la historia, y así la escribí, cuando terminó le dije, no se preocupe por Isabel, está muerta, no me creyó, le dije que un trabajo sin terminar es muy peligroso y le dije acuérdese no hay que hablar con nadie, hasta las paredes escuchan, inyecte un poco de arsénico en la sonda y tape su boca, sus ojos desorbitados me miraban y giraban de forma desquiciada, con el trabajo hecho tomé mis notas, mi impermeable y salí del lugar.
Me pareció que la historia de Augusto era muy interesante como el creía, así que la complete con cosas que yo veía desde la mesa que yo tenía en lo oscuro del bar de El Polaquito, donde siempre formaba parte (a lo lejos) de las reuniones de El Tío, por cierto mi hermano y mano derecha.

GUANTES DE LANA
Gaston Pigliapochi
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martes, 12 de octubre de 2010

Secuestro literario

Me acerqué a la biblioteca de mi estudio, y noté un agujero entre libros, es decir noté la ausencia de uno. Lo busqué por el cuarto, fui hasta la habitación contigua y miré por encima y por debajo de la cama, pensé en haberlo dejado en el living en la mesita ratona junto al sillón donde descanso cada día y suelo leer, me acerqué ya con una cierta inquietud, nunca me gustó perder alguna cosa y mucho menos un libro, miré la ratona, nada sobre sus patas solo la tabla que le da razón de ser, busqué en el sillón, una palpitación se apoderaba de mi pecho, levanté el almohadón y revisé en cada ranura posible donde pudiese haber caído. Volví a la biblioteca, para ver cual era el libro que faltaba, lamenté en este instante no haber hecho una ficha de los libros leídos o de los libros que tenía, no pude saber cual era. Abrí la heladera ya en una búsqueda desesperada, una vez había guardado las llaves de mi casa en el interior de la misma, así que no era raro que volviese a pasar esta vez con un libro.
Soy un obsesivo, lo admito, del orden, del cuidado de mis cosas, se puede apreciar mi obsesión al afeitarme tan delineadamente como con regla. Era muy extraño que no hubiese notado la falta del libro con anterioridad, esto me llevó a indagar momentos, personas que rondaron mi casa, mi biblioteca. No soy una persona muy sociable, el único contacto con el mundo exterior es mi trabajo como editor y corrector y las reuniones sociales que se realizan con colegas, mi realidad se basa netamente en los libros que leo, me convierto en cada personaje de los textos y a su vez muchas veces detesto los textos que leo en mi trabajo, es increíble el poder que uno tiene al decidir que se edita y que no, o que hay que corregir. Pero no nos apartemos de la historia.
Mi desesperación era tal que saqué todos los libros de mi biblioteca, para ver si podía deducir cual era el faltante, me llevó mucho más trabajo volverlos a ubicar en sus respectivos lugares que tirarlos al piso para revisarlos. Me deprimí, una terrible sensación de vació se apodero de mi, me senté en el piso de parquet de mi habitación como un niño con las piernas entre cruzadas una encima de la otra y con mis manos sostuve mi cabeza hundida entre ellas.
Llegó la noche y agotado por mi tarea de búsqueda y por mi trauma, no me quedo más opción que acostarme y dormir, a las cinco de la madrugada me desperté exaltado, decidí llamar a todos los que habían estado en la última reunión, tal vez había prestado el libro y no lo recordaba.
A la mañana siguiente recibí un sobre, sin remitente, de color madera; lo apreté, no parecía tener nada dentro, lo abrí, en el momento que daba el ultimo tirón al jirón de papel, cayó de él un pedazo de hoja de libro; lo levante y al darlo vuelta, ví un número, era el número de una pagina, pero escrito a mano, tome nuevamente el sobre con indignación lo abrí del todo y encontré una nota, la misma decía:
“¿cuanto vale para usted, el libro?. No pierda mas tiempo, no está ni en el sillón ni en la heladera…”

Me quede totalmente atónito, alguien tenia mi libro y también sabia donde había buscado.
Todo ese día mi cabeza dio vueltas por imágenes y la preocupación se hizo enfermiza. No tengo hijos, mis libros lo son y la persona que lo tenia lo sabia, jamás me importo la inseguridad del barrio o mejor dicho del país, me era ajena, pero ahora era diferente yo era el protagonista de la historia, un libro robado, secuestrado de mi casa, delante de mi; para broma me parecía muy pesada.
No fui a trabajar, me quede esperando noticias y realizando llamados, no pude dormir. Hable con los conocidos que estuvieron en mi casa, ninguno entendía nada, hasta algunos me sugirieron elegantemente que estaba loco.
Ya no sabia a quien llamar, ni donde buscar, en realidad seguía sin saber bien cual era el libro que buscaba. Al tercer día de insomnio llego una nueva carta, de las mismas características que la primera, con un nuevo trozo de papel dentro, ya no era un número sino un texto que decía:
“Mariela, esquina Cramer y Monroe. Un encuentro casual, sus ojos son como dos faros azules”.

Acompañaba a esta, una nota:
“todavía no entiende nada ¿no?, no importa. Me imagino, que ya tendrá idea de cuanto vale para usted el libro, tendrá noticias mías…”

Me desesperaba no poder cruzar una palabra con esta persona y cada vez tenía menos idea del libro, pero más lo quería.
Esa semana llegó mi hermanita, la que vive en el interior. Fui a buscarla a la terminal de micro. Se alegro mucho de verme, ya habían pasado ocho meses desde la ultima vez que estuvimos juntos, note en su mirada preocupación por mi aspecto, llevaba una semana sin dormir, pero ella no dijo nada, sabia que no me gustaba que se haga problemas por mi y que si tenia algo que decir lo diría en su momento.
En el trayecto hacia la casa charlamos un poco, estaba en la ciudad por cuestiones laborales, tenía unas reuniones, esta vez no la acompañaba mi sobrino, los chicos cuando crecen prefieren quedarse con sus amigos y novias a viajar y aburrirse en una ciudad como Buenos Aires. Desde hacia mucho tiempo ella vivía en el interior y ya tenia el acento arraigado, ese que se te pega por el solo hecho de estar en el lugar, me encantaba escucharla hablar. Llegamos a casa, puso la pava y preparo el mate, le dije que hacia rato que no tomaba mate, que estaba tomando mucho café por el trabajo y que dormía poco. Me pregunto si a eso se debía mi cara de cansado con ojeras y mis ojos perdidos.
Me pareció estúpido mentirle, sabiendo que ella me conocía muy bien, le explique la situación, mientras le contaba todo con lujos de detalles, me seguía con la mirada sin emitir palabra alguna.
-No me mirés así, no estoy loco, tengo pruebas – fue lo único que dije antes que me interrumpiera.
-Le das demasiada importancia, es solo un chiste de mal gusto – sostuvo mientras se iba hacia la cocina.
Fui a buscar las notas y los sobres, no estaba loco, no podía estar loco. Le mostré todo, me miro totalmente desconcertada y admitió que era raro, preguntó porque no hablaba con la policía, a lo cual le dije que, claro les diría “mire oficial me robaron un libro y me piden rescate…” seria de lo mas normal, además no tenia datos de la persona que enviaba las notas.
-¿Sabes quien es la chica? –
-No, aunque el nombre me es familiar, y la esquina también me es conocida – respondí
Esa semana estuve mas tranquilo, la compañía de mi hermana hacia mas a menos mi preocupación y por otro lado charlábamos de tantas cosas hasta que en algunos momentos llegue a olvidarme del libro; le pregunte por el campo, me contó que había mucha sequía, que hacia falta un poco de lluvia, que cada vez es mas agotador el trabajo, los chicos se estaban encargando de esto, ellos estaban bien, todavía por suerte no les picaba el bichito de la ciudad, mejor dicho de Buenos Aires. Entre mateadas y pastas caseras pasaban las horas.
Dos días antes de que ella partiera a su casa llegó un nuevo sobre manteniendo el estilo de los anteriores, esta vez el trozo de libro decía:
“comencé mi nuevo trabajo en la redacción de un periódico local, realmente no me gusta para nada…” al pie “Pág. 345”

Noté que era la parte inferior de una página, la nota adjunta no aclaraba el panorama, decía:
“no sabe quien es Mariela, no busque porque ya no la conoce, no tenga miedo, lo estoy ayudando, aunque no lo parezca. Atienda el teléfono, soy yo…”

Sonó el teléfono, mi hermana me clavo la mirada en sus ojos ví el mismo temor y la misma intriga que yo tenia. Fui a atenderlo, ella me detuvo.
-No lo hagas, venite conmigo, tal vez este enfermo se aburra después de un tiempo – me suplico con un tono muy desesperado.
-Voy a atender para aclarar las cosas.
Levante el tubo, del otro lado una voz, tan familiar como el nombre de aquella mujer, sonó
-Ya le dije no tenga miedo
-No tengo miedo, sino intriga de porque
-Llámelo como quiera, no este preocupado. Ahora la pregunta de siempre ¿cuánto vale el libro para usted?
-Si le sigue cortando pedazos, no mucho.
-No lo crea, yo supongo que valdrá más. Cambiemos la pregunta ¿Cuánto vale su vida tal cual es? o ¿Cuánto pagaría por cambiarla?
-Mi vida esta bien así, no se que tiene que ver todo esto con mi libro.
-Todo tiene que ver – Sostuvo con voz reflexiva
-Si me explicara mejor, entendería – una indignación se apoderaba de mí.
-No hay mucho para explicar, el tiempo explicara todo. Pero sigue sin responderme la pregunta que le hice.
-Ya no se lo que quiero, me gustaría saber donde conduce todo esto.
-Todos quieren saber donde conduce esto.
-No me venga con filosofía barata y explíqueme ya todo, ¿Cómo es que me esta ayudando?
-Lo único que le voy a decir es que, los trozos de libro que le envié no son necesarios, cambian la historia, pero no la destruye.
Durante la charla trataba de reconocer la voz, y miraba a mi hermana que me hacia ademanes preguntándome que pasaba, acompañados con un “¿y?” mudo y exagerado. La conversación se prolongo durante cuarenta largos minutos, para concluir, mis últimas palabras fueron:
-Ya no quiero seguir con esta conversación y este juego, voy a colgar.
-Haga lo que le parezca conveniente, pero yo creo que se arrepentirá – Con tono misterioso me sentencio y continuo - ¿Cree en el destino?
-No, es decir no sé
Del otro lado no tuve más respuesta que el monótono sonido de la línea telefónica que se presentó como el primer trueno en una noche de tormenta. Me quedé irritado y cada vez más confundido, mi hermana me preparó un té de tilo, hay quienes creen que es tranquilizante, yo hubiese necesitado una plantación entera.
Tomé la decisión de ira al campo, para ver si la distancia y el aire fresco cambiaban mi estado, esa noche y el día siguiente no tuvimos noticia alguna de esta persona, no pude dormir, como tantas otras noches.
El día viernes fuimos a la terminal de micros, todo estaba normal, hasta que llegué a la ventanilla para comprar mi pasaje, me llevé la grata sorpresa que no había mas, ni en esa ni en ninguna otra empresa, me dio la idea de que esto no era normal, para ese destino y en esta fecha no conseguir un pasaje. Le dije a mi hermana que viaje, que yo volvería a la casa, la despedí y regresé. Al llegar esperaba tener noticias de mi libro, pero nada, así que me dispuse a emborracharme para poder dormir un poco. Fui a la alacena y tome la botella de ginebra, me la lleve al cuarto me senté en la punta de la cama y comencé a beber, no se bien en que momento me desmaye.
Esa noche tuve sueños realmente extraños, me aparecieron distintas imágenes. Mariela, en esa esquina de Cramer y Monroe; chocamos justo en la esquina cuando la mire para pedirle disculpas me enamore, tuvimos momentos maravillosos, pero con el tiempo se volvió irritable y obsesiva, me volvió loco, creo que fueron los peores años de mi vida; luego recordé el trabajo en el periódico, como lo detestaba, encerrado en ese cuarto sin luz natural con fumadores empedernidos y gente gritando, periodistas amarillistas; también ví fragmentos con mi hermana, los dos juntos subidos en la tapia del fondo de casa hablando con los vecinos, que felices éramos; luego de golpe Ana, era mi mujer y dos niños que eran mis hijos, no entendía nada, me desperté al día siguiente exaltadísimo. Me dirigí a la biblioteca de mi estudio tome el libro de tapa roja escrito a mano y comencé a leerlo, como buen editor y corrector comencé a modificarlo, antes anotaba todo en un cuaderno, las ideas generales para no perder el hilo, lo recorte en algunas partes y en otras modifique el texto, me envié a mi mismo los trozos, de esta forma modifique mi pasado y así mi futuro, pero como suele pasar en mi trabajo nada es gratis todo cambio en los textos representa muchas veces mejoras pero perdiendo ciertos personajes y si bien ya no sabia quien era Mariela y no recordaba mi primer trabajo, tampoco tenia familia y mi hermana vivía lejos, era solo yo y mi trabajo, ese día me encontré conmigo mismo, fastidioso por lo de las notas, le explique la ida, me dijo que con razón la voz le era familiar y la letra del libro también, me pregunto porque no dejaba todo como estaba, simplemente le dije que no se puede volver en el tiempo que el tiempo perdido ya se perdió que siempre habrá cosas que no recordaremos y que lo mejor seria tratar de vivir de ahora en mas de mejor manera y teniendo en cuenta que cuando recortamos un libro o lo modificamos, nos pongamos en lugar no solo del autor sino del personaje del mal o bien que le estamos haciendo, me aleje y hasta el día de hoy es vivido dignamente y tratando de hacer mi destino sin tocar mas el libro, aceptando las cosas como son.


FIN


GUANTES DE LANA
Gaston Pigliapochi
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