Y así el viento
dejó de murmurar.
Las aves enmudecieron,
las bocinas,
dejaron de sonar.
El cielo se oscureció,
ya no había
en el aire olor.
Todo alrededor se espesó.
Aquella piel se aflojó,
en un instante,
al suelo cayó.
Dejó todo atrás
simplemente, para volar.
Gastón Pigliapochi
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